Juan A. Hipólito
¡Santa Báaaarbaraaa bendiiita, traaanlaralará, traaanlará, patronaaa de looos mineeeros…! Hoy, 4 de diciembre, festividad de Santa Bárbara, no pararemos de tararear mentalmente el himno de los mineros. Incluso aquellos que, no siendo mineros, heredamos ese sentimiento de padres y abuelos. Y volveremos a notar cómo se acelera el pulso, cómo se eriza el vello de la piel, cómo afloran a nuestros ojos los sentimientos más profundos, y cómo el corazón parece salirse del pecho bombeando ese incesante río rojo que circula a borbotones por las galerías de mina de nuestro cuerpo.
Aquí, en la Cuenca Minera de Riotinto (Huelva), de las entrañas de la tierra se extrae cobre en vez de carbón, y la mayoría de los pozos llevan nombre de mineros. Pero, al igual que en el norte, los mineros del sur murieron en las entrañas de la tierra, “tranlaralará”, con la camisa roja y la cabeza rota por un barreno, “tranlará”; tierras de hombres que asistieron a los entierros de sus pobres compañeros, “tranlaralará, tranlará, patrona de los mineros”, como los de la triste canción asturiana.
A la hora de almorzar, frente a mi padre, con 86 años apunto de cumplir y más de media vida dejada en la mina, volvemos a sentirlo. Primero te llegan las vibraciones por el subsuelo. Lo notas en los pies. Enseguida sus ojos buscan los míos en una mirada cómplice para anunciarme lo que segundos después ocurrirá. ¡¡¡Booomm!!! El estallido hace temblar los cristales de la casa como antaño y un sentimiento de orgullo y satisfacción inunda el ambiente.
Ahora, también volvemos a escuchar el estruendo de los motores de los camiones de gran tonelaje circular por las pistas del cerro de cobre en un incesante movimiento de tierras desde el tajo hacia las escombreras. Y a más de uno también nos vuelve a la memoria el rugir de los Caterpillar rompiendo el silencio de la noche. Y mi mente vuelve a escudriñar en mis recuerdos. Y veo a mi padre al volante de aquella máquina imponente, en plena madrugada, mientras yo duermo el sueño adolescente, y mi madre lo mantiene en su pensamiento.
Hoy, como antaño, la luz de la cruz de Santa Bárbara vuelve a honrar con su presencia los versos del poeta: “No me llaméis por mi nombre, llamadme solo minero, que mi nombre ya no existe, y si existe, no lo quiero. ¡Minero! ¡Solo minero! De esa larga pena abierta en la mina de mi cuerpo”.
En unos meses, concretamente en abril de 2020, se cumplirán cinco años de la primera voladura controlada en la milenaria mina de Riotinto tras más de una década de inactividad. Mientras, durante estos días, la esperanza de los nuevos mineros del siglo XXI intenta mantenerse intacta ante el un nuevo debate existencial en torno a esta milenaria profesión, azotada por todo tipo de intereses espurios.